En Bordecorex dos páginas web mantienen informados a
vecinos, hijos del pueblo y curiosos de lo que ocurre en este municipio de
apenas una docena de habitantes.
Rosa e
Hilario observan la cuenta de Twitter del blog de Bordecorex con el municipio
al fondo. Luis Ángel Tejedor
Fue el 16 de
enero, con un día de retraso, cuando las cuentas de Twitter y Facebook de Bordecorex anunciaron el
fallecimiento de Joaquín Oliva, vecino de la localidad. Ahora es cuando el
lector podría preguntarse qué es o dónde está este lugar de nombre singular o,
como alguno de quienes todavía ocupan las casas del pueblo, decir aquello de: "Yo
eso del Twitter no sé muy bien". Entre otras cosas porque en según qué
zona escasea la cobertura.
Este
municipio de la Tierra de Berlanga, que cuenta con apenas una docena de
habitantes de los que pocos viven en el pueblo, es sin embargo conocido en
buena parte de España y el resto del extranjero, precisamente a través de
internet y las redes sociales. Hasta 77.000 visitas ha recabado en los
últimos nueve años el
blog que gestionan Paco Sebastián y Alberto Gamarra. Más de 6.000 visitas desde
Alemania y otras tantas desde Estados Unidos, 4.000 de Rusia, 1.800 de México o
700 de Argentina.
Alberto, que
vive en Burgos, "es un apasionado de la historia desde muy joven y con
el blog pretendía dar a conocer la de Bordecorex", relata Paco. Lo
creó entonces con 18 años y ahora se ha convertido ya en historiador. Entre
medias, fue el mismo Paco el que le propuso relatar sus peripecias en bicicleta
por los alrededores.
Así que cuelgan
fotos, cuentan historias y recuperan la huella, ahora ‘digital’, de sus
antecesores para que no se borre. Uno casado con una hija del pueblo y otro
nieto de una vecina. La suegra y la abuela eran hermanas de Joaquín.
Paco vive en
Madrid. "Conocí personalmente el pueblo en el año 1995 y quedé
"trastornado" desde el primer momento por su localización , por su sobrio y
melancólico pero a la vez acogedor paisaje, por las duras condiciones de vida
de las familias que allí vivieron, por la sangrante emigración que sufrió en
los 60 y 70 y por la embriagante paz, silencio y alejamiento del mundo que allí
se siente", relata.
Es Julián
Gómez, quien se encuentra trabajando en una parcela próxima al municipio, el
que asegura que ahora son "unos 12" los vecinos.
Bajo el
ruido atronador del motor de una mula mecánica, dice que antaño eran
"muchísimos más", aunque de aquello haga ahora "30 o 40
años".
También
recuerda a Joaquín, el que fuera el habitante más longevo nacido en el
municipio que quedaba vivo hasta entonces. Tenía 102 años. "No paraba,
se ponía a andar y si te cruzabas con él solo te daba tiempo a saludar",
asegura. Vivió sus últimos años en Madrid, pero añoraba su tierra y sus montes.
Entonces Julián se vuelve, intenta arar la tierra y después de quejarse porque
el terreno "está todavía helado", sentencia: "¡Ay, chica! Esto
no sé si tiene solución". Habla de la despoblación.
Termina
enero y la media tarde ha dejado asomarse al sol. A una hora de camino desde
Soria, pasado Berlanga y justo a la entrada de Caltojar, un pequeño letrero
indica el camino. Tras unos minutos a través de una ajada ‘carretera’, llegamos
al municipio. "¿Es aquí?", digo. "Sí", responde Luis Ángel,
el fotógrafo. No queda otra, se acaba el camino.
Para
entonces ya hemos visto a siete operarios de eléctricas arreglando un cable y a
un joven martillo neumático en mano picando el cemento de la entrada del
pueblo. Se suponía que aquí no iba a haber ‘nadie’.
La cifra
oficial casi no pasa de la decena. En 1882 habría unos "152 habitantes
y 127 edificios entre habitados e inhabitados", según se detalla en el
‘Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal,
militar, marítimo y eclesiástico de España y posesiones de Ultramar’, firmado
en aquel año por Pablo Riera. Nunca ha sido un municipio grande, a pesar de que
Julián recuerde "hasta de cuando había familias de 10 o 12 personas".
Nos recibe
un perro blanco, aunque a quien esperamos es a Hilario, uno de los hijos de
Joaquín. Llega de Zaragoza junto a su mujer, Rosa, y la primera conversación
que intercambiamos es sobre "lo lejos que se fueron cuando se fueron los
del pueblo". Madrid, Barcelona, San Sebastián... también Zaragoza.
"Aquí no había mucho que hacer", explica. Sobre todo después de
acabar la escuela. El edificio ahora está restaurando y se ocupa como museo una
de las aulas. La otra es ahora el centro social. Antes, a una entraban los
niños y a otra las niñas. "Todavía recuerdo yo de cuando cada uno iba a
una clase diferente", relata Hilario.
Él marchó a
estudiar a Soria con once años y después a la capital aragonesa. Su camino lo siguieron muchos más.
"Sí que
es verdad que piensas en el pueblo y vienes, pero para quedarse aquí...
no", explica. "¿Y cómo hace para mantenerse en contacto?", le
digo. "La página web", responde. Ahí está.
"Sí, es
Paco el que lleva la página web y el Twitter", dice Florencio Casado. Nos ha visto
conversando en la fuente frente a la ermita, en el centro del pueblo y ha venido
a preguntar. "No son muy corrientes las visitas", dice Rosa, al
recordar que se acercaron un fin de semana hace unos meses "y no había
nadie, nadie, nadie".
La zona de
la ermita y las escuelas están completamente restaurada. (L.Á.T.)
Casado es
miembro de la asociación cultural
Río Torete, que
organiza todos los años una andada entre los municipios de Villasayas,
Caltojar, Fuentegelmes y Bordecorex. Una ruta entre las atalayas islámicas que se levantan
en la zona, ahora junto a las torres eólicas que benefician las arcas de los
ayuntamientos colindantes. La asociación también tiene web, en la que informan
asiduamente de los festejos y actividades del municipio.
Encajado
entre montes, Bordecorex parece que está lejos de todo. "En plena
naturaleza", dice Hilario. También en pleno siglo XXI, ya que muchas de
las casas y edificios municipales están restaurados con mucho mimo. Aun así,
"parece que aquí no pase el tiempo".
"España
profunda, tiempo detenido y futuro encadenado", reza la descripción de la cuenta
de Twitter que Paco abrió vinculada al blog. Es la definición más próxima que
se lleva el visitante cuando cruza, de vuelta a casa, la salida del pueblo.
Menos mal que, aunque desde la distancia, Bordecorex deja ahora su huella a
golpe de ‘clic’.
Heraldo de Soria, ( 20 de marzo de 2017)
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